Un mundo entero

Se sentó en aquel banco y se quedó mirando a la nada, más tarde cogió un papel y se dispuso a escribir, me pregunté cómo tantas otras veces por qué siempre hacía lo mismo, escribir en los sitios menos esperados y dejar pasar y pasar el tiempo. Un día le pregunté sobre por qué perdía el tiempo haciendo eso si podía estudiar, podía leer, podía jugar o enamorarse. Ella me respondió que sí era perder el tiempo, quería perderlo, que al mismo tiempo que movía su mano para hacer una caligrafía impecable, estaba leyendo cada palabra, estudiando cada cosa o sentimiento que se le posaba en la mente, que estaba jugando con las palabras y que se estaba enamorando de todo aquello que escribía, era su forma de ser libre en un mundo en el que le habían encarcelado el alma o quizás que no había luchado lo suficiente como para no dejarse llevar por la  sociedad impuesta. Sabía que hiciese lo que hiciese iba a ser criticada, por lo tanto no le importaba pararse en el sitio menos esperado y escribir del amor que le había producido algo. Sí ella no hubiese escrito, nunca habría podido imaginar que de tus ojos podía sacar un mundo entero.

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