Huía de todo, pero nunca había huido de nada.

Miraba al horizonte y sin explicaciones lloraba. Todo era su pequeña mente, su arma destructiva y su perdición. Sentía una vez más esa soledad, una soledad que le hacia invisible frente a la gente y que solo se libraría de ella si gritaba, gritaba fuerte, sinceramente y con la fuerza para destruirla. El problema era su mente, deseaba que al menos alguien le guiara para poder gritar, que alguien le abriera sus sinceros ojos en un mundo que consideraba mierda adinerada. Estaba harta todo era superficial, todo el mundo decía que era capaz de juzgar un libro por dentro, pero ella más que nadie sabía que su portada estaba podrida y que por eso era un libro apartada en la estantería de las almas muertas que van a parar allí. Sonreía con facilidad, era feliz, pero algo fallaba y era aquel sentimiento traidor, que al fin y al cabo le hacia sufrir. Su mente ya le decía no, antes de que fuera algo y huía de absolutamente todo, pero lo que de verdad le hacia daño era que aunque huyera de todo, de su propia mente nunca podría hacerlo. Huía de una forma estúpida, porque la cobardía le había atado de manos.

V.K.

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