Algo ajeno

La música inundó lo más oscuro de su alma y su rostro comenzó a humedecerse tras las lágrimas.
Solo una sensación, huir.  Huir cada minuto de su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba.
Cerrar los ojos y dejar de ser, como cuándo de niña los cerraba y agitaba su cabeza muy fuerte, para autoconvencerse de que una mala pesadilla pasaría.
Sin embargo su mente no le dejaba pasar página; golpes, lloros, insultos, poemas escondidos en la memoria del móvil, pero siempre estaba ahí esa página amarilla, deteriorada, estropeada de tanta amargura.
Quería escapar de aquel deja vú continuo, pero nunca, nunca, se dejaba ayudar. Vivía su propia manía; ser independiente y no dejarse querer, siquiera por ella misma.
Y no se libraría de sus fantasmas, sus complejos, su victimismo y ese miedo a conocer algo nuevo e impredecible.
Sus estrellas ya no le brindaban seguridad y no encontraba un sentimiento claro al que aferrarse.
Estaba perdida y lo peor de aquello no era desconocer el destino que seguía, sino no saber dónde se encontraba.
Nadie podía salvarla, darle un abrazo que la descongelara y volver a sentir que su vida tenía un sentido. Últimamente no pertenecía a nada más que a su propia amargura. Y de tan amarga que estaba, la gente huía de su alma.

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