Pequeño cuento.

Aquel pequeño pececillo salió de la profundidad, siempre le habían dicho que era peligroso, pero por una vez en toda su vida decidió por sí mismo que era el momento de elegir su propio camino. 
Cuando llegó a tierra sus pequeños ojos fueron dañados por la luz, hasta que pudo acostumbrarse y se quedó enamorado de la superficie, de aquellas costas como agujas que rompían el mar, de aquellos colores azules y de aquel cielo precioso que estaba lleno de una especie de masa blanca y de unos rayos potentes y luminosos. Se quedó prendado del verde de los bosques, del viento que recorría sus aletas...
De repente sintió que era atrapado por una especie de uniones duras y que por mucho que nadara hacía las afueras de ellas, era imposible. Poco a poco, sintió como le sacaban del mal, como sus escamas ardían y se iban plastificando, como perdía su vida. Lo último que vio fue la cara de un gigante de piel brillante y sin pelaje. 
Las leyendas cuentan que ese pez se transformó en persona y pudo rozar en libertad el verde de los bosques, las costas en forma de aguja y sentir la libertad. Sin embargo, decidió mantenerse fuera del circulo de humanos, pues pensaba que la sociedad había destruido cualquier signo de humanidad y que ahora todos nos comportábamos como maquinas mecanizadas, dispuestos a realizar la producción del capitalismo, a cambio de un papel llamado dinero, que tenía un mero valor adquisitivo. 
El ser humano fue vendido por papel y metal.
 Y la naturaleza fue asesinada por lo mismo, sólo por la necesidad de sentirse poderosos y por encima de los otros. 

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