La chica del molino.

Va a pasar ya un año,
desde que llegué a aquel lugar.
Y es que ni la lluvia me paraba...
Dedique horas y horas,
en mirar aquellas olas libertadoras.
Dedique tiempo en pensar
cómo se habían sentido los poetas,
para escribir sus poemas.
Y recordé a aquella niña ilusionada,
que diez kilómetros más lejos,
soñó en los acantilados gallegos.
Pero ante todo,
era la primera vez que
encontraba una respuesta coherente
a todas mis interrogaciones.
Era libre,
de la única forma
que siempre he sabido hacerlo.
Estaba conectada con la naturaleza
cómo aquellos malditos románticos.
Y me perdí en las estrellas de la noche,
sin importarme nada más,
cómo los antiguos bohemios.
Soy el polvo de aquella playa
varada entre rocas.
Soy el aire que revolvía mi pelo.
Esos ojos azules que nunca me atreví a hablarles,
pero que me llamaban a gritos al verme.
Esa forma de ser misteriosa.
Era mi cuaderno dorado,
donde escribo todos los pecados capitales,
que siempre, siempre, cometo sola...
Y soy ante todo la chica apoyada
en el viejo molino,
donde supo que vivía.

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