Te quiero

No necesariamente necesitas querer a las personas, por suerte hay sentimientos encerrados en lugares y aunque nadie lo entienda, lo que encuentro en ese camino no lo he encontrado en ningún otro sitio.
Le dediqué prácticamente un año entero para conocerlo y fotografiarlo, era el lugar donde se encontraban todas mis musas, donde conseguía quitarme la ropa y volar fuera de mi realidad; y aún así, cada día me sorprendía y me daba la vida.
Allí conocí la magia de ese puente, la paz que se respiraba, la esencia de poder conocerme sin sentirme sola.
En las mañanas de domingo se apoderaba de mi curiosidad y en las noches volvía la melancolía y me hacía escribir y buscar el equilibrio.
Allí entendí que las luces de la ciudad que veía a lo lejos tenían tediosas rutinas como la mía, pero que también tenía historias separadas de amantes, amores, familias, cariño y esperanza.
Aún no conocía la parte oscura de aquella ciudad, toda esa gente que vivía cada noche  en las calles, pero allí, al otro extremo del río, conocí a una persona que lo pasó mal y que se avergonzó al ver que le estaba mirando, sin embargo, quién debería avergonzarse somos nosotros mismos, esa parte que tenemos suerte de tener lo que tenemos y aún así no valoramos.
Allí descubrí mi amor al aire libre, a los animales, a las personas y al arte que se escondía en cada rincón, creerme que si supiese dibujar lo haría, pero solo puedo conformarme con definirlo a través de mis palabras.
Allí se veía la catedral, pero también la naturaleza y los errores humanos de contaminar y destruir lo que nos da vida.
Y aunque a día de hoy lo he abandonado, condenándome a la desesperación, siempre lo guardaré en mi corazón.
Allí deje todos los sentimientos que tenía en ese pedacito de carne latente.

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