Torres de papel

 Al igual que un arquitecto dedica horas y días a calcular cada milímetro del edificio o estructura que esté construyendo, con la mayor precisión posible y con la imposibilidad de cometer cualquier error grave que ponga en peligro la humanidad; nosotros como ciudadanos deberíamos aprender lo mismo a la hora de construir una sociedad mucho más sólida. 

Hemos construido torres de papel, pero olvidando que la clave estaba en la colectividad y en el trabajo en grupo, en hacer fuerte una estructura de voces que recoja muchos de los problemas actuales y rompiendo con todo lo superficial e incluso artificial. Se nos ha olvidado que, para ganar la dinámica de dicha torre, no se trataba de construirlo de forma individual, sino calcular entre todos la mayor estructura posible, para poder ganar todos un poquito más. 

A veces vivimos yendo demasiado rápido y buscando todas las formas posibles de llegar a un éxito, que siquiera es lo que deseamos realmente, sino que está impuesto por las dinámicas de la sociedad (sin olvidar que somos partes de las mismas como individuos). Ansiamos tener fama, que la gente nos conozca y ser aceptados por todos, pero la dura realidad es que esto es completamente imposible. 

Todo esto nace de una realidad que viví en una de las ciudades más grandes de mi país: conocí a una chica que tenía fama y era conocida. Pero, a pesar de ello, estuvo gran parte de la noche sola. Esto me impactó por varias circunstancias: la primera, porque mi esquema mental asociaba la fama a que no te dejaran en paz en toda la noche; la segunda, porque es maravilloso vivir en el total anonimato y poder hacer lo que te dé la gana, sin la necesidad de aparentar o de tener que entrar dentro del molde; la tercera, porque todo lo que vemos por las redes sociales, dinámicas que nos impactan y cambian o que creemos verdaderas, son totalmente falsa y artificiales. Evidentemente, el problema no era la chica, era una chica bastante maja y sólo ha sido un mero personaje para mi reflexión. 

Ésta me dejó un sabor agridulce de todo lo que había vivido en dicha ciudad, porque me había dedicado a criticar la mía constantemente, pero no había valorado la calma y la accesibilidad. Y, porque en las ciudades tan grandes, te puedes cruzar con muchas personas, pero muy pocas pueden acabar dedicándote tiempo de verdad y lleno de calma, puesto que estás sumido a una rapidez constante y a una productividad que hace que olvides cuidarte y pasar tiempo de calidad. Pero, no todo ha sido malo, también me he podido llevar conversaciones interesantes, sonrisas bonitas e incluso ayuda en algunos momentos y os lo agradezco. 

El caso, es que no sólo quería discutir las dinámicas de las grandes ciudades, quisiera reflexionar sobre los campos de lucha en esta sociedad. Debido a la rapidez, a la falta de pararse a pensar y al surgimiento de las redes sociales, las luchas se han diluido mucho más y se han vuelto algo débiles, a la par que complejas. Veo potencialidades dentro de éstas cómo que existen más voces, puesto que cada vez hay más personas con acceso a estas plataformas, pero, no podemos olvidar que la lucha debe seguir haciéndose desde las instituciones, las políticas públicas y la lucha pacífica en las calles. Puesto que, si se quedan sólo en las redes sociales o si seguimos dando más importancia a las voces privilegiadas, nunca conseguiremos una lucha por la igualdad en el mundo. Sin embargo, también partimos de una realidad totalmente desigual, puesto que, si las luchas están surgiendo en ámbitos como la virtualidad, se dejará atrás a todas aquellas personas que no tengan acceso a éstas y, que, por consiguiente, se volverán a ver dentro de una dinámica de discriminación que nunca ha dejado de existir. 

Por consiguiente, quizás es momento de construir edificios de materiales más sólidos, seguir luchando en colectividad y dejando que otras voces nos enseñen nuevas maneras de hacerlo para llegar a un consenso. Quizás es momento de dejar lo superficial, de sólo fijarnos en éxitos relativos muy ligados a la fama y a la imagen corporal. Y, por último, quizás sea el momento de dejar de buscar ser excelentes y extraordinarios en todo, buscando un 10 en todo aquello que hacemos, cuando podemos ser una cifra más alta si la sumamos al trabajo en colectividad y nos llenamos de conocimientos de todo tipo. 

Ya me he rendido de construir una torre que acaba destruida cada vez que sopla un poco el viento, por el mero hecho de haberme empeñado en hacerlo sola. 





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