Reflexiones a media tarde
Cada vez que veo una casa abandonada, me paro varios minutos a observarla y
detengo el tiempo a mi alrededor. Me imagino la vida dentro de ella, desde
historias románticas, hasta personas sin hogar, hasta botellones que no se
podían celebrar en cualquier lugar.
Me imagino la vida en esas calles y los pensamientos que otros humanos, al
igual que yo, habrán tenido. Me imagino las emociones que han vivido todas las
personas que han podido estar cerca del mismo edificio que yo. Desde la más
pura alegría por una buena noticia, hasta una profunda tristeza por un
duelo.
El caso, es que cada edificio puede aguardar tantas historias, que siquiera
por mucho que me imagine desde la más pura ciencia ficción, hasta el perfecto
crimen, podría acertar. Y, sin embargo, me da por pensar en todas aquellas
miradas que se habrán cruzado en el mismo espacio-tiempo, por pura casualidad y
por pura causalidad. Y desde este primario pensamiento poético, llegamos al
azar, aquel que dirige nuestras vidas a su antojo y que no es más que un nombre
para llamar a una ciencia.
También, por otro lado, nos encanta separar las cosas para sentirnos parte de algo. Somos o de ciencias o de letras y, a veces, hay gente de artes (aunque en los
tiempos modernos se nos haya olvidado). Pero, lo peor de esto, es que no nos
damos cuenta de que las matemáticas necesitan a las letras, al igual, que las
letras necesitan el arte y que el arte se puede componer de muchos números. Así,
de nuevo, damos con un eterno bucle en el que las ciencias, las letras y el
arte no dejan de ser cosas separadas y unidas por un hilo muy ligero que componen la realidad en la que vivimos.
Pero, es que, además, también nos encanta encasillarnos en lo que somos, en
lo que sentimos a cada segundo, en lo que debemos hacer según nuestra edad,
nuestra cultura, nuestra historia, nuestras vivencias y, a veces estamos tan
metidos en ese papel, que se nos olvida lo más importante. Y es que ante todo
somos humanos.
No obstante, si volvemos a la última palabra, es increíble como cada uno de
esos humanos se han puesto de acuerdo para crear normas sociales, un estado, un
bienestar, unas posesiones. Y, como de esos acuerdos, surgen las guerras de
poder cuando se rompen a la fuerza. Y, es que, ante todo, volvemos a las
emociones, porque la violencia, la frustración, etc., no vienen más que dadas por la ira. Así que, al final, somos productos complejos, pero con unos
toques de simplicidad, llenos de dificultad para comprenderlos.
Y, finalmente, llegamos a la compresión de que no estamos fuera de todas
estas cosas. Atribuimos al concepto de sociedad la culpabilidad de las
injusticias. Pero ¿Acaso no somos humanos que construyen esas sociedades y esas
injusticias?
Quizás ahí está la clave, no asumir que el resto son tóxicos y que hacen maldades, pero tú eres impune de esas injusticias. Como personas debemos guiarnos hacia una conciencia social en la que no te recoja a ti como historia, sino que alimente cada una de las historias que compone esta ciudad, este país y este mundo. Respetando unos Derechos Humanos Universales y valorando a cada persona. Aprendamos más de la teoría de ensamble, en vez de alimentar la competición desde que nacemos.
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