Radiografía de un metro.

Madrid es la capital de la felicidad, 
pero la clase obrera muere de cansancio. 
Personas muy distintas en un espacio muy pequeño y a la vez una ciudad inmensa que promete la prosperidad. 
La gente esperando llegar a su pequeño hogar para no pensar más en su día. 
Todos enganchados a un móvil, esperando que el bienestar creado por la dopamina de una serie de posts haga olvidar nuestra misera vida. 
Dos paradas: próxima estación - Esperanza.
¿Pero qué esperanza queda para la clase obrera? 
Morimos por un salario decente, intentando sobrevivir a un mundo donde nuestra cabeza nos mata, y sabiendo que al otro lado, realmente se mueren por otras causas, mientras no podemos hacer NADA. 
Habrá personas que no piensen en esto, mientras otros se agarran sutilmente a lo poco que les queda de su vida. 
Otra gente esperará a su familia o a sus colegas, pero todos somos parte de un engranaje que lleva sin funcionar desde hace mucho tiempo. 
Aún sigo buscando las claves de donde están mis paradas. 
Madrid simplemente es una más, pero no acabaré en ninguna avenida de América o viviendo en un lujoso barrio de cualquier ciudad. 
Mi corazón obrero muere intoxicado por la electricidad de querer estar en aquellos campos, donde el refugio no existe y se extinguen los sueños bajo llamas. Pero, no podemos hacer nada. 
No se puede vivir de sueños y electricidad, amor por lo humano y dignidad, así que nos metemos en metros artificiales que hacen funcionar un mundo que siquiera sentimos que es nuestro. 
Me pregunto si a mis 25 años algún día se irá la depresión por seguir soñando con un idealismo, donde no muera por la patria, sino por la libertad de los seres humanos. 

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