El lado común de las cosas

Solo me necesito a mí misma en aquel lugar, encontrando las piezas que conecten con lo que fui y descubriendo que todos los cuentos que fueron construyendo para mí, en realidad siquiera me pertenecen. Porque, aunque intente adaptarme a un mundo en el que ya todo está edificado, voy generando piezas para elegir otro camino aun no explorado, para descubrir el sabor de la derrota, pero crecer desde la raíz como persona.

Solo quiero dormirme mirando la luna, escuchando música, apoyada en una ventana hasta las siete de la madruga, para luego recordarme que no hay prisa, ni tiempos, ni responsabilidades, ni tantos miedos.  Quiero no tener prisa por dormirme, mirar a Orión, tirarme en medio de una carretera, dormir en cualquier lugar no habitado al calor de una hoguera.

Solo quiero abrir los ojos, mirar a aquellas islas, andar perdida por el mundo, pero sintiendo que por fin me he encontrado, que nada puede romperme, que soy libre y volátil. Quiero coger un tren que me lleve tan lejos que no tenga que dar explicaciones, que me hagan ver otras realidades, otras sonrisas y otras montañas.

Quiero abrazar a mi adolescente y decirle que todo lo que ha sentido se irá desvaneciendo, que, aunque a veces vuelvan esos huracanes, que, aunque sienta miedo y quiera alejarse, todo irá bien e irá creciendo lo suficiente para construir un fuerte que la proteja. Ha descubierto que, aunque adore rodearse de buenas personas, no necesitas a nadie para seguir respirando y latiendo, que sigue teniendo a su galgo interior y que sigue siendo una marea de cuestiones enigmáticas, que no siempre va a desvelar.

Quiero coger carretera y manta, seguir con mi lista de deseos, pero tachar aquellas que ya no me representan, aunque un día fueron parte de mí. Quiero volver a componer, sentir la magia de una guitarra en la noche mientras el fuego se eleva. Necesito la soledad en la montaña, la música rozando mi alma y sanar todo el dolor que surge de mis entrañas. 

Voy de camino a coger un cuaderno para escribir todo aquello que sentí, aquellos ojos envenenados, todas las dudas que me surgieron cuando era niña, y volver a sentir las mismas chispas tras enamorarme de esos ojos negros, que se clavaron en mí. Unos ojos prohibidos, un sentimiento que nunca me explicaron, pero que rozaban miles de pecados.

Tumbada en la arena, revivo las crisis existenciales de una niña de quince años, todo aquello que por alguna razón sentía que había salido muy mal, pero que fue una bendición vivirlo. Descubrir que el daño colateral de estar viviendo era irse muriendo un poquito más cada día. Aunque esa idea que planteé no le gustara demasiado a mis familiares.

Solo soy una persona que respira, que quiere disfrutar del tiempo, que se muere por abrazos sinceros, que no quiere dominar ningún corazón, porque en el poder está la pérdida. Soy la chica que se muere por seguir escribiendo alguna historia, por regar todas las rosas marchitas, por seguir entendiendo (como una persona muy especial me dijo) que la meta más grande en mi vida es el amor. El amor pleno, infinito y sano hacia todas las personas que me rodean.

Da igual cuántas cosas intenten destrozarme, soy afortunada, porque sigo coleccionando sonrisas y miradas brillantes, pero con la magia de nunca hacerme dueña de ellas.  

 Y sí, sé que no estoy en el lado común de las cosas, ni cumplo con lo que se espera de mí. Pero, “el programa normal, es solo para las lavadoras”.

Comentarios

Entradas populares