Ni un cuarto de lo que siento.

Me gustaría poder explicar lo que se siente cuando tu mente va a mil. Pero se hace sumamente complejo, así que solo se quedará en un cuarto de lo que estoy sintiendo. 

Hoy me he ido a ese acantilado, a aquel molino y a aquellas playas, también estoy en medio de la montaña viendo las estrellas e intentando aclarar las ideas. Sin embargo, esa presión en el pecho no cede, porque sé que no es real y que estoy harta de vivir anclada en un pasado que ya no puedo recuperar y en un futuro que no puedo controlar, olvidando que sigo aquí en el presente. 

Voy dando pasitos, pero estoy agotada y la respiración está encarcelada, pesa, duele, no encuentra el aire que necesita y a la vez tiene un huracán dentro. Mi corazón late fuerte, lleva un ritmo que no es el mío y me pide que pare, pero yo le meto mucha más caña, ya que mi cerebro quiere controlarlo todo para no sentirme culpable y, aún así, ni con paños de agua fría se va esa sensación de que soy la responsable de todos mis desastres. 

Mi cerebro es el que lleva todas las conexiones de mi cuerpo, aunque también hay una mariposa que ha decidido jugar con las sustancias químicas de este y está alterando cada uno de los procesos que estoy llevando a cabo. 

Mi cerebro es el que me pide que sea más de lo que soy, que sea suficiente para el resto y que tengo que llegar más alto. Pero cada vez que me exige más, me alejo de mí misma y me siento vacía, fría y sin rumbo. Sin embargo, sé que todo está en mi cabeza, que parte de que no puedo controlar todo lo que quiero y que mis ilusiones simplemente son espejismos. 

Pero joder, por qué no me libero, por qué no doy gracias a la vida por seguir viva y por tener la oportunidad de enfrentarme cada mañana a un día nuevo; por qué no se valorar lo que tengo; por qué no entiendo que soy una afortunada. Quizás todo esté, en que si tu no te cuidas, no te quieres y no te prestas atención, el resto se convierte en ruido y no puedes valorarlo como te gustaría. 

Escribir esto supone un reto, porque un escritor siempre juega con cierta parte de vulnerabilidad y cierto grado de verdad en la fantasía. Y hoy he decidido que es un buen día para dejar las copas a un lado y empezar a usar más las espadas, porque si sigo pensando en el oro, acabo llevándome los bastos. 

Hoy he decidido romper las barreras, he decidido dejar de buscar abrazos en otros y darme uno a mí misma, dejarme respirar, ir más lento, sentir el presente y dejar de tener miedo. También, me he cansado de leer la piel en braille, después de haber luchado mucho para aprender a llevarme por el sonido de las caricias que todavía sé regalar. 

Quiero recordarme que un día fui la chica que se subió a un escenario con una canción que solo compuso, porque no sabía tocar ninguna otra; quiero ser la chica que mira a las estrellas, pero tiene los pies en el suelo; la que se inspira mirando a los ojos, porque siempre hay mucho más dentro de las personas, de lo que ellas mismas piensan; la que siente magia cuando vé un sitio bonito. Definitivamente, quiero ser yo, sin sentirme culpable precisamente de serlo. 

Tengo el fuego en mis manos, la capacidad de correr kilómetros como Mercurio solo para luchar por la indignación de un planeta roto. Tengo la revolución, la resiliencia y la magia de las palabras. Así que solo quiero recordarme, que, incluso aunque la biología sea lo que nos dirige muchas veces, no pienso dejar que una pequeña parte de un órgano domine el resto de mis hemisferios. 

Finalmente, he subido la persiana, he abierto la ventana y me he dado cuenta de que el sol sigue brillando. He cerrado los ojos, he gritado y me he vuelto a dar una oportunidad. 

El sol sigue resplandeciendo, incluso aunque no lo tengamos presente, sigue construyendo el sistema para que todo siga en orden y da calor a lo que estaría frío. 



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