Una cárcel al son del viento.
Ante mis ojos se encontraba una cárcel que no había elegido, y tampoco había tenido la oportunidad de replantearme si realmente es lo que quería. Sólo sé que me borraron la identidad, que dejé de ser, que dejé de poder expresarme, y que nadie sabía que sentía ahí abajo.
No era la única, eso lo tenía
claro, yo tampoco conocía la identidad de muchas mujeres, y siquiera me habían
dado la posibilidad de plantearme si éstas me gustaban, porque en mi país es un
delito contra la religión.
Para muchos era una tela en
movimiento al son del viento, y una pertenencia para aquel marido que siquiera
había elegido, o una fábrica de herederos. No podía haber en mí conocimientos
de libertad, y tenía que cumplir con mi mandato en la vida.
Había nacido en un contexto de
conflictos armados constantes, que medio mundo no entendemos, pero de las que
somos doble o triple víctimas. Sin embargo, occidente mira hacia otro lado, no
comprende, no pueden hacer nada, porque todos los Derechos Humanos Universales,
los pactos, la paz… queda muy lejos de una realidad factible y tangible.
Sin ese muro que tapa todo mi
cuerpo, que me daña la mirada, que me anula como persona, sólo soy un pecado
capital para otros hombres, porque tienen la tentación de mirarme, de tocarme,
de abusar o violarme.
Es cierto, que las mujeres en
cualquier contexto acabamos siendo un trozo de carne para muchos hombres. Pero,
allí donde apenas llega la educación igualitaria, donde las diferencias de
riqueza son más notables, donde amar a personas de tu mismo sexo es un delito,
y donde la libertad es una mera ilusión para todas nosotras, queda muy lejos
nuestra propia autonomía y desarrollo personal y/o profesional.
Siquiera esta es mi voz, siquiera
este es mi verdadero pensamiento, sólo soy un personaje producto de una voz
occidental, intentando revindicar, denunciar y entender aquello que no
comprende, y que mucho menos vive.
Esa voz hoy ha paseado bajo la
lluvia, y considera que tiene sus propios problemas, pero se ha parado en un
puente y ha mirado al fondo. Ahí ha comprendido, que, aunque el machismo es
estructural y universal, por lo menos tiene la suerte de poder andar en
libertad, con su propia identidad, bajo su elección, y sin la necesidad de
estar protegida bajo el ala de un hombre al que siquiera quiere; y por ello es
afortunada. Sin embargo, recuerda aquella cárcel de la que hablo, aquella que
se puso bajo su elección para experimentar que sentían millones de mujeres,
porque una profesora lo llevó a su clase; y no para de recordar esa sensación
de ahogo y de oscuridad, a la que están sometidas muchas de sus congéneres. Desde
el 8 de marzo, no puede frenar los miles de pensamientos que le vienen a la
cabeza sobre muchas mujeres sometidas a un Burka que siquiera pueden
cuestionarse, muchas que no pueden acceder a la educación, o son sometidas a
violencia para que no acudan a sus escuelas, muchas que de verdad vivimos un
verdadero infierno, pero que no llega ni a imaginar lo que realmente sienten cada
una de ellas.
Muchas que podrían relatar con
mejores palabras esto que intento decir, y a las que aún le debemos nuestra
lucha, nuestra escucha y nuestro apoyo.
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